Las urnas acababan de cerrar. Todavía no se habían dado a conocer los resultados oficiales de las elecciones en El Salvador y Nayib Bukele ya se había declarado ganador. Así de seguro estaba de ganar. Cinco días después el Tribunal Supremo Electoral anunció lo que todos ya sabían; que Bukele -con 82 por ciento del voto- se quedaría en la Presidencia.
Así nace una dictadura.
Es absolutamente cierto que Bukele es un líder muy popular y que obtuvo una amplísima mayoría en las pasadas elecciones. Pero la Constitución de El Salvador dice otra cosa.
Hice lo que tantos periodistas han hecho; me metí al internet y me puse a leer la Constitución (emitida en 1983). Y ahí encontré, no una, sino muchas referencias que prohíben la reelección consecutiva del Presidente. Por ejemplo, el artículo 152 establece que “no podrán ser candidatos a Presidente de la República… el que haya desempeñado (el cargo) por más de seis meses, consecutivos o no, durante el período inmediato anterior…”.
Si Bukele quería reelegirse, primero tendría que haber cambiado la Constitución. Y no lo hizo. En cambio, en una maniobra política en 2021, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador -que incluía a varios aliados de Bukele, según la BBC- le permitió buscar la reelección. Esa sala se colocó por encima de la Constitución. Y al hacerlo puso en duda la legitimidad de las pasadas elecciones.
Y Bukele lo sabe.
Por eso, quizás, estuvo tan agresivo con la prensa extranjera que cubrió las elecciones. En una conferencia de prensa, que no salió como él quería, Bukele atacó a varios periodistas internacionales que cuestionaron su participación como candidato. ¿No necesita una reforma constitucional para reelegirse?, preguntó Félix de Bedout de Univision. “No”, le contestó.
Su incomodidad continuó, incluso, en su discurso de victoria. “Si el pueblo salvadoreño quiere esto, ¿por qué va a venir un periodista español a decirnos lo que los salvadoreños tengamos que hacer?”, dijo en referencia a las duras preguntas del corresponsal de El País, Juan Diego Quesada, quien quería saber si Bukele estaba “desmontando” la democracia.
En ese mismo discurso, Bukele presumió que su partido también había arrasado en las elecciones para la Asamblea. “Sería la primera vez que en un país hubiera un partido único en un sistema plenamente democrático”, dijo. “Toda la oposición, junta, quedó pulverizada”.
Ese es, precisamente, el problema. Que El Salvador está dejando de ser una democracia. Bukele, buscando el humor, se ha descrito como el “dictador más cool del mundo mundial”. Aunque lo que está ocurriendo en El Salvador no es cuestión de risa.
Un par de días después de su victoria, Bukele permitió que medios internacionales visitaran el Cecot, la megacárcel que ha construido para albergar a miles de pandilleros, terroristas y criminales. Las imágenes son impresionantes. Son resultado de una gigantesca operación de arrestos a posibles sospechosos de actos violentos. Es cierto, los niveles de criminalidad en El Salvador se han reducido significativamente. Pero la pregunta es: ¿cuántos de esos detenidos son inocentes o no han recibido el debido proceso judicial para ser encarcelados de por vida?
Amnistía Internacional publicó en diciembre un contundente reporte contra Bukele titulado: “Detrás del velo de la popularidad; represión y regresión en materia de derechos humanos”. El informe documenta torturas, arrestos injustificados, desapariciones, censura de prensa y abusos por parte de las fuerzas del régimen de Bukele. Lo que describe Amnistía Internacional no debería ocurrir en ningún país democrático.
¿Buscará Bukele un tercer mandato en El Salvador? Nadie lo duda. Cuando desaparece la democracia, todo es posible.
Posdata violenta. Estados Unidos es peligrosísimo. Lo que debió ser una celebración por el triunfo de Kansas City en el Super Bowl terminó con otro tiroteo con un muerto y decenas de heridos, incluidos niños. Esto es Estados Unidos en el 2024. Al día siguiente, el tiroteo ya no era la noticia del día. Las masacres y tiroteos en lugares públicos son lo normal. Y nada cambiará ya que el Congreso se rehúsa a limitar el uso de armas. Por eso estamos esperando la siguiente matanza. Es el fin de la fiesta.
Fuente Reforma
Jorge Ramos












